Iconoclasia, censura y actos de Imagen

Los testimonios históricos y etnográficos acerca del poder de las imágenes son abundantes. Las personas han destrozado imágenes por razones teológicas, estéticas o religiosas. Se han destruido imágenes que provocaban ira, vergüenza o venganza. Los ataques han sido incitados o espontáneos y los motivos de esos actos, en general, reducidos a problemas psicológicos de los individuos o a conductas populares, mágicas o animistas. A lo largo de la historia, la idolatría, el fetichismo, la ignorancia o la locura se alternan como explicaciones para comprender el poder de las imágenes. Los ataques a sus peligrosos influjos no denotan sino la aceptación de su capacidad y naturaleza como potentes desencadenantes sociales, políticos y estéticos. Las diversas respuestas que han generado a lo largo de los siglos se relacionan directamente con su condición y sus mecanismos de producción de sentido.

El trabajo pionero de David Freedberg, El poder de las imágenes (1989), se proponía abordar las imágenes por fuera de los márgenes de la historia del arte. Su interés estaba puesto en las relaciones que se establecen entre las personas y las imágenes. El contexto en el que elabora este trabajo era un contexto en el que la historia del arte mostraba excesivo interés por el arte elevado. En ocasiones simplemente relegada al campo de lo individual y psicológico antes que a lo humano y lo colectivo. Las respuestas a las que se ha prestado atención son aquellas que se consideran intelectualizadas, pero raramente las que son mas “emotivas”. Freedberg propone pensar en “clases de respuestas” y “clases de imágenes”. A partir de su estudio, se hizo evidente que algunas respuestas estaban ligadas a cierto tipo de imágenes como las figuras de cera, las efigies funerarias o las imágenes pornográficas. Respuestas que por lo general quedaban excluidas del interés académico por ser consideradas burdas, toscas o poco educadas. La problemática de las respuestas no solo tiene relación con lo elevado y lo popular, lo alto y lo bajo, lo occidental y lo primitivo como categorías.

Otro enfoque ineludible es el propuesto por Horst Bredekamp con el concepto de Bildakt. Las imágenes como objetos producen actos de imagen, que se refieren no solamente a lo que las personas hacen con las imágenes sino a lo que las imágenes hacen. La imagen es considerada a partir de la capacidad que posee de actuar por sí misma en interacción con el sujeto. El acto de imagen formula la pregunta acerca de qué modo, al observar o tocar la imagen, esta pasa de la latencia a la exteriorización del sentimiento, el pensamiento y la acción. Es decir, el acto de imagen produce, por la fuerza de la imagen y la interacción, un efecto sobre el pensar y el actuar. Existe una potencia intrínseca de la forma que nos obliga a comprender que la imagen no puede situarse delante o detrás de la realidad puesto que no son su consecuencia sino una forma de su condición. El acto de imagen reflexiona sobre cómo y por qué las imágenes afectan la forma de pensar, actuar y sentir de las personas. Desde este enfoque, esta línea de investigación aborda actos de imagen como la iconoclasia, la censura, la animación o la sustitución, el castigo en effigie o la damnatio memoriae.